lunes, marzo 08, 2010

CRONICA LUSA: VII JORNADAS HISPANO-LUSAS EN LISBOA

Viernes 26 de febrero: borboretas bajo la lluvia. Nos vamos a Portugal: la asociación Ben Basso se dispone a participar por séptima vez en las jornadas hispano-lusas que, en esta ocasión, se celebran en Lisboa. Por primera vez, pese a llegar el que esto escribe el último, se parte dos minutos antes de lo concertado.
Lisboa, 38°44’44.52"N; 9°13’37.48"O. 564.477 habitantes (2001), área metropolitana 2.641.000 localizados en 53
freguesias (parroquias). La ciudad que hoy nos encontramos comenzó a fraguarse con su destrucción del terremoto de 1755, 120 segundos de duración, 6’6 grados estimados de intensidad en la escala Richter y cuarenta minutos después vino la gran ola, , tres maremotos de entre 6 y 20 m engulleron el puerto y la zona centro, subiendo aguas arriba del río Tajo, lo que hoy conocemos como tsunami. En vez de reconstruir la ciudad medieval, el Marqués de Pombal decidió destruir lo que había resistido al terremoto y reconstruir la ciudad con normas urbanísticas de la época en torno a las plazas de Rossio y de Terreiro do Paço -tristemente, mientras disfrutamos del viaje, nos enteramos del devastador terremoto que ha asolado gran parte de Chile-.
Emboscados por el cambio horario y por la pertinaz lluvia, llegamos a Lisboa y casi del tirón nos dirigimos a la cámara municipal donde nos recibe un arquitecto ataviado con una chaqueta azul de botones dorados y palabras en portugués, lengua que nos acompañara con profusión durante toda las jornadas.
La visita transcurre entre salones historiados con la representación de la república como constante y esculturas elaboradas con piezas de automóviles, entre ellas, la que da paso al salón principal que representa la nao que trajo el cuerpo de San Vicente, patrón de la ciudad, custodiada por sendos cuervos a proa y popa. Esta misma iconografía se repite con frecuencia en los mosaicos de las aceras y como remate de las farolas antiguas. Luego, un oporto de bienvenida con pastel de natas (menos calorías que una perrunilla o magdalena).
De nuevo bajo la lluvia nos vamos a cenar a una cervecería con sabor, "Portugalia", y de postre una palabra bella en portugués: borboreta, mariposa. Alguno no tan goloso degusta vocablos de pastoreo caprino de mano del que fuera pastor en su infancia, Servando Linares: frenillo, esquilo..; sentimos no disponer de su traducción al portugués y nos retiramos a nuestros cuarteles.


Sábado 27 de febrero: travesía en río revuelto y golmajos. Llueve en Lisboa, o más bien plora sobre la ciudad. Antes de comenzar nuestra particular singladura del día, la placidez de un sábado en el mercado "Ribeira", precisamente, en la ribera del Tajo. Las paradas/puestos, muestran una variedad de productos de la huerta que nos dan pistas del pasado colonial del país: güayaba, papaya, mango, pimienta, piripiri (guindilla de cayena) a la vez que las pescaterias nos asoman a los nombres locales de esos pescados entre los que mayormente nos perdemos.

Al abordaje del catamarán de Transtejo "Pedro Nunes", hacemos la última travesía de 20 minutos hasta Seixal ya que el temporal que embravece el Tajo obliga a interrumpir el servicio. Una tregua de la lluvia nos permite un breve paseo por la playa y para malacólogos la posibilidad de recoger algunas conchas mientras esperamos a que nuestro motorista, Pedro, llegue con el autobús.
Un recorrido por el disperso ecomuseo, nos permite acercarnos al pasado reciente a través de la arqueología industrial: la curtiÇa fundada por catalanes en Seixal -Portugal es el primer productor mundial de tapones de vinatería en corcho: en 2008 la producción alcanzó los 3.000 millones de unidades. El propietario de esta empresa ocupa en la lista Forbes de las mayores fortunas del mundo, el puesto 129. Visitamos uno de los diversos molinos mareales que se remonta al siglo XIII, una antigua fábrica de pólvora con una máquina de vapor de principios del siglo XX que tuvimos la oportunidad de ver en funcionamiento y que suministra de energía para la maquinaria de los diferentes módulos esparcidos en el interior de un bosque de eucaliptos.

La "tormenta perfecta" nos alcanzó en primera línea mientras comíamos en un barco que, aunque anclado y varado, no dejaba de moverse alarmando a más de uno de los comensales. A continuación visitamos un antiguo astillero a la vera del esqueleto de un viejo cascarón, que recoge una muestra de las tradicionales embarcaciones de pesca.Tras una parada técnica en una pastelaría de las que hay en cantidades casi ingentes, toca una charla en portugués que, debido a los vaivenes de la comida, libaciones, barreras idiomáticas y meteorología, más de uno aprovecha para dar una cabezada o parpadeo largo en su defecto. Para acabar, una osada cena en Almada, a la orilla de un río con ansias mar.
El tacómetro del autobús apremia y nos recogemos con viento en popa entre cantos varios. Para los que tengan remordimientos de atentar contra su línea tras la profusión de dulces de la jornada, los enmascaramos recuperando el vocablo riojano para los mismos: golmajos de venta en golmajerías, el cual regalamos con especial cariño al laminero riojano Josetxu.
En definitiva, una buena jornada con mucha agua de fondo y alrededor.


Domingo 28 de febrero: día de Santa Andalucía y saudade. Nos dirigimos al barrio de Belém que nos recibe con efluvios de pasteles de natas en una laberíntica pastelería de peregrinación obligada antes de meternos en el monumento más visitado del país: los Jerónimos. Nos acompaña un guía portugués risueño de nombre Fabio. Recalco el mérito de su sonrisa porque la visita entre hordas de turistas (hoy domingo es gratis frente a los 6€ de una jornada normal) que se suben a la balustrada , fuman en el claustro y vociferan en vez de hablar, no hacen fácil la labor del guía en tan magnífico entorno.
Retornamos al autobús bajo la lluvia y los más animosos se acercan hasta la torre de Belém (obra de estilo manuelino de 35 metros de altura, patrimonio de la humanidad al igual que el monasterio, en cuyo foso se presentó "en sociedad" el rinoceronte en Europa. De los apuntes tomados por uno de los asistentes, se inspiro Durero para su famoso dibujo). Tras una pequeña ducha de acercamiento al restaurante, comemos por tercera vez a la vera del Tajo, en esta ocasión, arroz caldoso con gambas y pescado aromatizado con el inexcusable cilantro.
Un pequeño paseo nos lleva hasta los 52 metros del monumento a los descubrimientos; el que hoy vemos es una réplica del que fuera construido con hierro y cemento en 1940, con motivo de la Exposición del Mundo Portugués, y que fue reemplazado por el actual, elaborado con materiales más nobles, en 1958. Representa una carabela con 33 personajes de la aventura del nuevo mundo.
Para ponernos aún más en situación, recibimos en las entrañas del monumento una conferencia en portugués sobre el personaje a cuya memoria fue construido a los 500 años de su muerte: El infante don Henrique, el Navegante. Y para ahondar más, José Manuel Navarro, se desprende de su gabardina y nos ofrece una amena conferencia sobre la Sevilla de ese tiempo: La puerta de Indias.
Alejándonos de las agitadas orillas del Tajo, vamos hacia las cotas del barrio alto con parada técnica en la histórica cervecería de la Trinidad, y nos llegamos a un templo de Fado "O Café Luso" donde durante la cena degustamos el baluarte de la cocina portuguesa: bacalao.
Los lisboetas son especialmente duchos a través del Fado en mostrar morriña/saudade de su ciudad, cantando desde y para ella misma.A fin de quitar un poco de seriedad a tanto sentimiento, algunos reivindican también bolsillos para los trajes de las fadístas.
La cena-espectáculo se cierra con cantos regionales, propiciados por el fin de las jornadas, libaciones y un recuerdo al Día de Andalucía.


Lunes 1: recogiendo hilo y bien llegados a marzo. Fin de semana largo, que todavía deja espacio para un paseo rápido por el encanto callejero de una mañana laborable en Lisboa antes de emprender la vuelta vía Algarve en la que algunos pusieron, incluso, la guinda al periplo con una "ginjinha", la chispa de la vida lisboeta. Recuperamos la hora retrasada en ruta, 60 minutos explayados en unas jornadas a caballo entre dos meses y con aromas lisboetas a la orilla de un río ya con vocación salobre y de ultramar. Nos vemos por el camino.

Kepa Izaguirre